domingo, 14 de diciembre de 2025

Poema 2431

Avanzaban lentamente, a un ritmo único, irremediable, sin detenerse. Les dieron a tomar chicha especial, a las llamas y vicuñas también les daban algo. Todas en la fila iban muy tranquilas, mirando lo que sucedía, incluso Chaska empezó a cantar.

Urpi la imitó. Cantaban como dos pájaros de la montaña, con una voz aguda infantil tan potente que todos las notaron. Incluso les pareció ver que el sacerdote principal dirigió su mirada hacia ellas. La frente en alto, muy serenas y firmes, tampoco lágrimas ni sonrisas, solamente un aspecto muy ceremonial.

Llama tras llama, el ciclo se repetía, ya no tomaron más chicha, les dieron alguna otra cosa más con la coca. Urpi se la sacó de la boca con disimulo, Chaka también. El sacerdote lavaba sus tumis, entregaba el corazón al fuego, que era avivado a todo momento por los siervos en taparrabos. El fuego era tan intenso que el corazón desaparecía sin dejar rastro en poco tiempo.

Hasta que se acabaron todas las llamas. El Inca cantó más fuerte y el sacerdote tomó una vicuña, un golpe seco y esta cayó al costado. De manera magistral, más rápido que cualquier ojo humano, cortó al animal, y sacó su corazón aún latiendo y lo puso con mucho cuidado en el fuego, para entregarlo a los apus.

Urpi y Chaska se miraron por un segundo. Detrás de las vicuñas estaban ellas, eran las primeras, pero no dejaron de cantar...

sábado, 13 de diciembre de 2025

Poema 2430

Era el Inca el que cantaba, subido a una torre ceremonial. Estaba con sus mejores galas, y en su mano llevaba un kero que brillaba, aunque el cielo estaba nublado, incluso había una pequeña garua, y la gente estaba apostada en las murallas, por todos lados. Debajo del lugar donde estaba el inca, había un sacerdote, con varios tumis en una mesa, lavandolos cuando lo vieron por primera vez.

Notaron que había una especie de hoguera, que era alimentada por algunos hombres que solo llevaban taparrabos, y mucha leña a un costado, bajo un cobertizo. El olor a carne cocinada de la hoguera era apenas notorio, pero en la fosa habían varios cuerpos ya.

A Urpi le temblaron las rodillas, cuando reconoció a algunos de los cuerpos, le parecía que era de algunos que cargaban las literas, incluso había algunos que cargaban la comida. Luego se enteró que eran prisioneros que fueron sacrificados, y habrían sido embriagados o drogados, luego se enteró que les daban un golpe fuerte en la cabeza y les sacaban el corazón. El sacerdote sacaba el corazón y lo entregaba a las llamas, y el inca cantaba su plegaria, y se repetía una vez más 

Cuando llegaron vieron como sacrificaban a la primera llama. Un golpe seco, luego una mano diestra le secaba el corazón, que iba a la hoguera y el cuerpo al foso, y luego la plegaria o la canción...

Poema 2429

La ciudad era imponente, con grandes casas, estaba muy adornada, y con muchos techos brillantes. El olor a chicha era abrumador, había humo por todas partes, y los cantos de la población eran fuertes y como pidiendo algo. El silencio total seguía a la voz potente que cantaba en solitario, que venía desde el centro de la plaza mayor, elevado en una especie de pirámide pequeña, potente, armoniosa, dolorosa, majestuosa.

Urpi y Chaska notaron que las llamas iban adelante, eran muchas, probablemente cien. Luego iban las vicuñas, menos de la tercera parte. Las vicuñas eran muy hermosas, delicadas, de un pelaje exquisito, suave, delicado. Eran cuidadas con mucho amor y dedicación, ya que daban la lana que era utilizada solo en forma especial 

Cuando se percataron del destino de la columna, Urpi sintió el apretón de Chaska en su mano, pero ambas mantuvieron el paso firme, sin poderlo entender...

Poema 2428

Cuando amaneció, ya solamente estaba un pequeño contingente de soldados, serios, silenciosos, con cara de cansancio.
Una sacerdotisa las alineó a todas, las revisó, las terminó de arreglar. Quisieron separar a Chaska de Urpi, porque tenían tamaños distintos, pero ambas se agarraron tan fuerte, y con tanta vehemencia, que al final la sacerdotisa dijo que vayan juntas, al inicio de la fila

Hubieron tambores, cánticos y quenas, también pututos y gritos de guerra de los soldados y de todos los demás. Las llamas y algunas vicuñas que iban adelante estaban adornadas con tiras y borlas muy coloridas. Iban en una línea, sin inmutarse, sin quedarse atrás ni apresurarse.

Cruzaron las murallas de la ciudad, las gentes se apretujaban en una hilera infinita, y todos entonaban la canción que se escuchaba desde la lejanía. Era una voz potente, poderosa, que venía de algún lado. Ni Urpi, ni Chaska, osaron mirar en dirección de donde venía esa voz, porque nadie lo hacía, todos guardaban silencio, incluso las llamas y vicuñas hasta que llegaron...

Poema 2427

Y ya casi se habían acostumbrado a ese ritmo cansino y casi se paseo, pasando por ciudades todas desconocidas, similares y diferentes, que pensaban que pasarían años antes de llegar a su destino hasta que, algo pasó.

No entendieron la razón, pero hubo un gran tumulto entre los encargados. Sin previo aviso repartieron chicha especial a todos, y le dieron pequeñas porciones de coca, para masticar. Los más pequeños y débiles, que antes caminaban a un ritmo más ligero y despacio, fueron subidos a litera. Aumentaron las literas y los cargadores.

También aumentaron los soldados, que iban ya no tan lejos del grupo, e incluso acampaban y dormían directamente en los tambos. Los chaskis pasaban a cada rato. Parecía que el mundo se hubiera alocado, que todo iba más rápido. Inclusive, los últimos días caminaban hasta bien entrada la noche. Solo las lluvias los detuvieron, pero incluso cuando estaba garuando siguieron la ruta, no paraban.

Chaska le hizo notar a Urpi que de varios caminos aledaños traían a otras niñas y las entregaban sin ningún protocolo y casi sin detenerse. Solo la miraban y la unían al grupo, si estaba fuerte al de las que podían caminar, sino a las literas, donde comúnmente les hacían dormir.

Primero encontraron una gran muralla. En uno de los tambos, las cambiaron, las arreglaron, las peinaron. Urpi había confeccionado una especie de manta en todo el camino que se la colgaba en los hombros, la había adornado con hilos y algunas cosas que le había dado su mamá, y ese pedazo de madera negra extraña que le entregó Tari, la cosió de una manera especial, para que siempre esté en su pecho. Y se lo puso en los hombros, la madera hacía de botón.

Poema 2426

La caravana avanzaba lentamente, tanto que pasaban noches enteras hasta encontrar algún pueblo, luego las recién llegadas eran recibidas por las demás, siempre deseosas de darles un poco de calma, sobre todo para que dejen de llorar, ya que eso siempre las agobiaba.

Chaska demostró tener un buen apetito, y, poco a poco, el color de su rostro fue cambiando. Los primeros días se antojaba de comer tierra, pero de ésto se percataron las cuidadoras adultas e informaron al jefe del grupo. Le dieron un brebaje especial y la abrigaron un montón, a pesar de sus protestas. Una mañana asustó al grupo al llorar porque había vomitado una sustancia verdosa y con varios gusanos, incluso uno estaba aún en su nariz. La ayudaron, le dieron una bebida de diferentes hierbas, y luego de otro día (le contó a Urpi con mucha vergüenza que en sus heces habían muchos gusanos), sin previo aviso se le abrió un apetito voraz.

Le daban de comer a cada rato, y ella siempre pedía, no solamente papa y oca, quería charki, pescado, y le encantaba comer la caña. Fue desde entonces que el color de su cara empezó a cambiar, y su mirada se hizo más afilada e inquisitiva. Preguntaba todo, aprendía todo, con la venía de las cuidadoras y la alegría de Urpi, que la consideraba como de su responsabilidad.

En las noches frías, cuando estaban en las sierras, Urpi se abrazaba a Chaska, quien no tenía ni un poquito de frío, y no negaba a su amiga algo de su calor. 

Había nacido una amistad que iba a soportar muchas pruebas, y no se iba a quebrar. O si?

viernes, 12 de diciembre de 2025

Poema 2425

Pasaron varios meses, Tari ya había cumplido los 9 años, pero estaban tal alto como su papá, y sus piernas se veían más fuertes que las de él. Había agarrado por costumbre el salir a trotar a la montaña, llegando casi hasta la nieve, llevando siempre un poco de cancha y charki, y una vara de madera fuerte, que le servía para mil cosas.

Demoró mucho tiempo en darse valor para llegar al mismo sitio desde donde vió como la caravana donde se iba Urpi llegó hasta el lugar donde acamparon y donde el puma lo atacó y casi lo mata. Tenía miedo, mucho miedo, y siempre se repetía a si mismo: hoy no, mañana quizá.

Hasta que el día llegó. Con el pretexto de atrapar a un guanaco que había escapado, llegó hasta ese lugar y, para gran sorpresa suya, se percató de que no estaba solo ahí: al lado del guanaco, que se encontraba recostado masticando tranquilamente algo, su abuelo estaba sentado con su poncho que le cubría todo el cuerpo, su mirada fija al horizonte y una especie de sonrisa en los labios y una paz y tranquilidad monumental.

Le hizo un gesto de silencio, y Tari se quedó quieto, no se movió, solo atinó a mirar en la dirección que el abuelo le indicaba. Vió la gran ruta de piedras, el tambo en la cima de una pequeña montaña, el río y el otro rio, más montañas. No, no era eso lo que quería que viera, le hizo notar el abuelo, que tenía una mano puesta sobre el lomo del guanaco que estaba plácidamente recostado a su lado.

Mira de nuevo, le dijo en voz baja...

Para esto, Tari recién se había percatado que su abuelo estaba sentado sobre un pie y el otro estaba flotando en el aire, una posición muy rara e incomoda para su gusto, pero se preocupó más en mirar a dónde el abuelo le indicaba. Dejó de pensar, solo miraba, el viento en la cara, las luces del sol en el rostro, algunas gotas de agua, y cerró los ojos. Entonces lo sintió. Ese olor característico, medio dulzón y con una mezcla de sangre y tierra quemada. Abrió los párpados y sus ojos se encontraron con los del felino que los estaba acechando, aunque el cazador sabía de su desventaja, así que estaba en posición defensiva, listo para huir.

Un cóndor empezó a dar vueltas en derredor, el abuelo alzó una mano, y el puma salió de su escondite y se dirigió lentamente hacia otro lugar, como quien entiende que no era el momento ni el lugar de la cacería. Y se retiró en silencio.

Tari se sentó en el suelo, aspiró profundamente, y se dejó llevar por la magia de las cumbres, el aire helado, el cielo azul, y los olores de la vida que le llegaban con el viento gélido de la puna y que le hacían soñar...