domingo, 14 de diciembre de 2025

Poema 2434

Se enteraron de que un gran inca había sido embalsamado y llevado a descansar por algunos años a una de sus ciudades favoritas. Trasladar la momia real era todo un desafío.

Participaba el ejército, muchos sacerdotes y sacerdotisas. Nadie podía tocar el cuerpo de un inca, salvo que tenga su propia sangre. Por eso deberían de mover toda una comitiva inmensa, con grandes tropas, logística, animales y hacerlo con sumo cuidado.

Es por entonces que un apu, el que coronaba esa ciudad en especial, se despertó y empezó a formar columnas de humo y sacudía la tierra como si un gigante quisiera abrirse paso desde sus entrañas. Las columnas se humo se intensificaron, y los temblores también.

Decidieron dar las ofrendas al gran dios en el cielo, para que este apacigue la ira de uno de sus hijos, este imponente apu que tenía roca y nieve, el objetivo era calmarlo.

Ya habían entregado un gran numero de cuerpos, los niños varones que acompañaban a la caravana fueron drogados, luego el sacerdote torcia su cuello y dejaban de respirar y latir, luego sacaban su corazón y demás entrañas, para después ser devueltos al cuerpo, los embalsamaban y los ponían muy cerca de la cumbre, envueltos en ricas telas multicolores, también dejaban chicha en ese mismo lugar y hojas de coca.

Y ya también habían hecho está ofrenda con un muchacha, que ya había sido aleccionada y preparada. Ella caminó junto a los sacerdotes en la montaña, llegaron hasta el lugar indicado, un golpe seco en la nuca después de que ella había elegido uno de los tantos brebajes y se lo había tomado hasta el final. La envolvieron en mantas luego de hacerle una pequeña e imperceptible lesión en el pecho. No podía sufrir.

Al haber hecho ésto, y dejando todos los cuerpos en su lugar, los niños escondidos y enterrados, pero el de ella en un lugar en la roca, con abundante comida, mantas multicolores y una gran botija de chicha, con abundancia de charki y chuño, y la dejaron ahí...

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