El papá de Chaska solamente la abrazó, le dijo que se porte bien y nada más. Su mamá lloró muchas noches previas, pero en ese día se mantuvo seria y con una mirada retadora, silenciosa y ceremoniosa. La abrazó, le entregó su lliclla, que amarró a sus hombros con algunas cosas que le serían de utilidad, y le dió una palmada para que partiera.
Chaska caminó bien derechita, sin mirar atrás, no entregó su lliclla a nadie, no permitió que la alzaran en ningún momento y no pidió ni comida ni agua, aunque recibió lo que le daban y comió y bebió cuando todos lo hacían. Estaba segura que la cuidaban, por eso comía y bebia, y había decidido vivir.
Cuando se integraron a la caravana, se dirigieron a varias comarcas, y en todas siempre entregaban a una niña, a veces un niño también. Ella no entendía mucho de todo ésto. Solo en algunos pueblos donde hace mucho calor y la tierra se desarma bajo los pies, los niños lloraban mucho y los tenían que "mandar a dormir". Luego, cuando despertaban y volvían a llorar, los hacían dormir de nuevo. Iban en literas, cargados por hombres muy silenciosos, apartados del grupo principal.
Cuando despertaban hambrientos les daban de comer solo si dejaban de llorar. Y así, conforme avanzaba la caravana, la marcha se hacia muy silenciosa, y nunca se quedaban en ningún pueblo, solamente recogían a la niña o niños, y salían de la comarca para acampar en el camino, cerca a un tambo, en el camino de piedra principal.
Pero en las noches, cuando todos dormían, el llanto de algunos niños le hacía recordar a su choza en la puna, su papa recién hervida, su mamá y sus hermanitos, y la mirada firme aunque desolada de su papá. Y lloraba amargamente, porque sabía que nunca los volvería a ver de nuevo, nunca jamás...
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