Todos los días recordaba el aciago momento cuando se la llevaron, y cuando fue perseguido y lastimado por el puma. Frotaba sus brazos con violencia, sintiendo las cicatrices engrosadas que aún dolían.
Cuanta razón tuvo su padre, al sentir las cicatrices recordaba claramente ese dolor infinito que sintió aquellos días, y volvia a prometerse a si mismo que no volvería a pasar. Y así fué.
Volvía a las cumbres nevadas con frecuencia, primero huyendo del puma que se cansó de acecharlo. Luego empezó a perseguir al felino, tratando de acercarse sin que se de cuenta, tratando de imitar su andar sigiloso y su infinita paciencia.
El abuelo iba con bastante frecuencia a la cima, por alguna razón que al principio no podía entender. Solamente se sentaba a sentir el viento helado en el rostro y el sol ardiente. Tari hacia lo mismo y se entregaba a la dulce melodía de los sonidos y olores de la montaña, ya que hacían esto con los ojos cerrados, siempre en silencio.
Hasta que cierta vez el abuelo le habló de un secreto que nadie podía saber...
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