domingo, 14 de diciembre de 2025

Poema 2433

Chaska y Urpi también cantaron, sin importarles nada de lo que ocurría. Así como todos alzaron las manos al dios que se liberaba de las nubes, y que, luego de iluminar solo al soberano, iluminó la plaza entera. El inca cantaba, todos con él, y los siervos de la fogata dejaron de avivarla.

El resto de vicuñas siguieron su camino bordeando el lugar donde estaban el sacerdote y el inca. Las niñas caminaron en completo orden al lugar donde les indicó fueran una sacerdotisa de edad avanzada. Antes de llevarlas, esta sacerdotisa miró de frente a Chaska, luego a Urpi. Las examinó y sonrió para sí misma: nada mal, nada mal. Se repetía una y otra vez, mientras las guiaba a un lado de la ciudad.

Llegaron cantando, algunas movían las manos, muchas incluso sonrieron, sabiendo que se acabaron los sacrificios. Pero, aún seguía muy viva la imagen de los corazones que se entregaban como sacrificio, y querían saber la razón de todo lo que pasaba, solo eso, nada más...

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