martes, 16 de diciembre de 2025

Poema 2442

Chaska acunaba la cabeza de Urpi y secaba las gotas de sudor de su frente. Empezó a ponerle paños fríos, para que la calentura bajara, luego también mojaba sus labios, y tapaba un poco su boca cuando, en delirios, Urpi llamaba a todas las personas que conocía y recordaba, pronunciando nombres extraños, raros, que pronto olvidó.

La sacerdotisa le dijo que parecía mucho a las fiebres del gran general, que ahora estaba sano gracias a las cortezas que ellas habían traído de la selva, de las cuales no quedaba absolutamente nada, y que era una lástima que fuese así.

Les dijo que la hermana y esposa del Inca en persona había venido para agradecer, y que los sacerdotes estaban muy impresionados de los resultados, aunque para el pueblo en general, la salvación del gran general era obra de la benevolencia de los Apus, complacidos con el sacrificio ritual. El poder de los sacerdotes y del Inca aumentaron a ojos del pueblo y de los ejércitos, y la seguridad de su designio divino también.

Chaska lloró abrazada a los pies de la sacerdotisa, pidiendo ir a ese lugar de nuevo. Sabía que Urpi moriría sin ese brebaje, sin esa corteza especial. Y que ella podría encontrarlo, que no se perdería, pues recordaba cada paso que dieron, y Urpi le instruyó sobre el lugar y las condiciones que necesita ese árbol para crecer.

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