Inmediatamente un Chaski partió con destino a la capital, debía avisar de inmediato que el gran Apu de Ari Quepay se había tranquilizado, había aceptado las ofrendas. Los chaskis no corrían, volaban, ya que en el Cusco los corazones no dejaban de evaporarse y volar a las nubes, para pedir al gran Inti que los perdone y calme a sus Apus.
Los chaskis llegaron, pero ya la ceremonia estaba en su mejor momento, el Inti iluminaba todo el Valle sagrado, el lugar donde estaban los cadáveres de los sacrificados había sido tapado y la multitud vitoreaba y cantaba a viva voz.
Al entregar su recado, el Inka nuevamente cambió la forma de su canto. Todo se hizo más festivo, más alegre y la chicha salió del palacio real en grandes botijas. Empezó el jolgorio general.
El Apu y el Inti se complacieron con las ofrendas, y el volcán se apagó, o por lo menos dejó de fumar...
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