Recordaba a la seleccionada, una adolescente en la flor de su juventud, con esa mirada serena y orgullosa que parece no se rendirá ante nada ni nadie, con una tristeza infinita difícil de explicar.
Duerme, Urpicha, niña buena, cierra los ojos y dejarás todas las tristezas atrás.
Urpi obedeció y su corazón y su alma se echaron a volar. Las nubes tenían un brillo especial, los grandes cóndores la cuidaban en su vuelo inmenso, alto, muy alto. Encontró pajarillos de múltiples colores, algunos que había visto cuando con Tari bajaban corriendo a las selvas y se adentraban al bosque a jugar. También habían muchos otros que nunca había visto, pero eran todos hermosos, bellos, y entonaban una canción hermosa.
Y, entre toda esta mañana de plumas y alas, apareció la doncella Dada en sacrificio, más hermosa que nunca, más sonriente. Traía entre sus manos un pequeño atado, anudado de hilos multicolores, que se lo entregó al momento de estar cerca a ella. Le sonrió mirándola con mucha ternura, la abrazó y le dió un beso. Luego se retiró hacia un lugar donde habían muchas como ella, todas hermosas, todas alegres, todas cantando con voz celestial...
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