martes, 16 de diciembre de 2025

Poema 2445

Ya casi tenía la cabeza de Chaska en sus poderosas manos, cuando la lluvia cesó de improviso. Y salió el sol, iluminando ese lugar vacío en el bosque. Ese mismo lugar donde una vez hubo un árbol maravilloso que fue quemado para ocultar sus poderes y su magia.

Vieron algunos arcoiris, y luego un viento sopló. De dónde venía? No lo entendieron nunca, solo que levantó algunas hojas chamuscadas, y de entre ellas aparecieron muchas mariposas multicolores, que empezaron a volar sobre sus cabezas.

Ambos estaban estupefactos, mirando hacia arriba, a la fiesta de alas, luces multicolores, que se fueron dirigiendo hacia el bosque en una fila maravillosa.
Siguieron a las mariposas, no fue necesario caminar mucho. Estaban revoloteando alrededor de un gran árbol, verde y amarillo, con flores blancas, rosadas y rojas, y gotitas de agua que caían de él.

En un rato de alegría se abrazaron riendo. Luego se pusieron serios, y Chaska hizo lo que le enseñó Urpi. Abrazó el tronco del árbol, le agradeció por su nobleza y tomó una corteza no muy grande, y la partió en dos.  Entregó una de ellas al soldado, y la otra la guardó en su pequeña lliclla. Empezaron el camino de retorno en silencio, guiados por las estrellas y los suaves vientos, los arroyos y los Apus. El camino de retorno fue más rápido, más ligero, con una melodía de esperanza que embargaba sus corazones.

Al llegar encontró a la amiga despierta, entre fiebres, temblando de frío. Se abrazaron, y le dió ese brebaje mágico en silencio, compartiendo sin palabras toda esa magia del bosque que les hacía un gran favor. Ambas quedaron dormidas abrazadas, con sueños distintos pero muy parecidos, con una paz enorme y tranquilidad, sabiendo que aún no era el final de su travesía, ni mucho menos. Entre sueños Urpi pronunció una palabra casi en su susurro: Tari. 

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