lunes, 15 de diciembre de 2025

Poema 2440

Al escuchar todo el relato, Urpi recordó uno de las tantas historias contadas por su mamá. Cerró los ojos al recordarla. Ahogó un pequeño gemido y esa lágrima que quería brotar se fue para adentro, de donde no saldría jamás.

Le dijo a la sacerdotisa que había escuchado de este tipo de enfermedad en algunas comarcas cercanas a la tribu de sus abuelos maternos, que ella nunca había conocido, pero su madre le había explicado la características de la corteza y del árbol que podría curar a la persona enferma, si es que la llevaban a la selva, que es donde crecía este árbol tan especial.

La sacerdotisa no creía lo que le decía, pero el sacerdote había entrado al lugar para llevar a la doncella en sacrificio, se quedó parado un buen tiempo, en silencio, para luego decir que también había escuchado ese tipo de historias, pero que nunca le habían indicado de esa planta en especial, ni que tampoco sabía si funcionaba, pero, que quizá podría ser una posibilidad.

Les dijo que les asignaría su guardia personal, quienes las llevarían a la selva más cercana, y que tenían cinco noches, pues ellos partirian en tres, llegando a su destino en siete noches. Y harían el sacrificio al gran Apu. Si llegaban en cinco y funcionaba el tratamiento, los chaskis podrían llegar a tiempo para detenerlos.

Urpi y Chaska salieron inmediatamente, corriendo entre quebradas y cordilleras, llegaron al segundo día a la selva, y no se detuvieron para nada. Al llegar a la cima de una montaña, Chaska trepó a un gran árbol, y con las características que le había dado Urpi, encontró ese árbol especial. No corrieron, volaron, llevando las cortezas, sin comer, sin dormir, lastimandose los pies, las manos, los soldados apenas podían manteneles el ritmo.

Llegaron al sexto día. Para cuando el Jefe militar estaba curado los chaskis apenas pudieron constatar que la doncella ya había sido entregada en sacrificio. Fue la primera vez que Urpi lloró, mientras Chaska la trataba de consolar...

Poema 2439

La sacerdotisa principal se había encargado con Urpi y Chaska desde que llegaron. Se veían tan diferentes pero tenían un porte muy distinto y parecido a la vez. Cuando florecieron, ambas bajo el cuidado del templo, la rutina física exigente del lugar, la alimentación adecuada y suficiente, Urpi creció más que todas en el lugar. Chaska también, aunque siempre fue un poco menos de talla que Urpi, y más delgada.

Urpi destacaba por su piel clara, casi blanca que contrastaba con el negro de sus ojos y sus cabellos. Estaban tan cuidados que parecían irreales. Y su mirada era tan enigmática que te atrapaba con una sola mirada.
Chaska tenía los cabellos rojizos, la piel de color canela y sus ojos de un color marrón muy claro, parecía una mirada de felino. Nunca perdió ese aire taciturno y grave que tenía al caminar, mirar y hablar. Era realmente impactante.

Por eso no dudó en contarles que las ofrendas se harían por el mayor general de los ejércitos del Inca. Ya llevaba varias semanas en cama, con fiebres tremendas y dolores insoportables, también con fríos que le hacían temblar y castañear los dientes. Los curanderos y sacerdotes ya habían acabado con todos sus medios. El gran general se debilitaba, esperaban que muera.

Pero el Inca lo tenía en mucha estima, ya que era su hermano de sangre, y además habían peleado hombro con hombro en algún lugar, y gracias a este soldado, hoy gran general, había anexado grandes territorios al imperio. No quería que se muera. Así que ordenó se realice la máxima ofrenda que se hacía en su imperio, yendo incluso contra las tibias protestas de los sacerdotes.

Se entregaría a la virgen seleccionada al Apu mayor...

Poema 2438

Los muros del lugar eran enormes, no dejaban que nadie pudiese ver desde afuera lo que sucedía adentro.
Las niñas hacían todo tipo de actividades, que incluía la limpieza de sus propias camas, vestimenta utensilios. Ellas mismas preparaban sus propios alimentos, rotando periódicamente las labores. También cultivaban algunos vegetales y criaban algunos animales.

Preparaban la chicha destinada al emperador y los sacerdotes. A veces les pedían algo especial para el Inca, solamente en esos momentos las supervisaban muy de cerca. Después eran libres de hacer lo que querían.

A Urpi le gustaba tejer, bordar, hilar. Chaska era muy buena tallando en hueso. Hacia maravillas con su pequeño tumi. Pero, algo que ambas compartían, era escuchar las historias de todas las muchachas de ese lugar. Incluso aprendieron los idiomas de todas, para entenderlas mejor.

Hasta que llegó el momento de prepararse. La seleccionada sería entregada a los Apus, aunque era por una persona en especial, no por una montaña, o un río que destruye toda una población. Esto era distinto.

Poema 2437

Cómo el imperio estaba aumentando de tamaño y de poder, también lo hacía su enorme ejército. Aumentaban los comandantes y generales, y la nobleza iba en incremento. Siempre habían territorios nuevos que gobernar.

Al inicio entregaban los territorios conquistados a los familiares directos del emperador, pero, cuando ya no habían familiares disponibles, empezaron a entregar territorios a los grandes jefes, a sacerdotes importantes, a generales y comandantes que se retiraban.

Todos tomaban como mínimo dos esposas, para asegurar la descendencia. Y las del grupo selecto eran las hijas de curacas y de nobles, entonces no había mejor elección. Solo el emperador podía tomar concubinas de este selecto grupo de muchachas. 

Y también se seleccionaban a las sacerdotisas y la más importante era la seleccionada para el sacrificio. Era un verdadero honor. Pero habían pocas muchachas, pues la gran mayoría había sido tomada como esposa. Ya no permitían tomar más de una, debido a la escasez de adolescentes.

Cuando llegaron Urpi y Chaska les entregaron ropas muy delicadas, hechas de algodón y de lana de vicuña. Además les dieron agujas de hueso con muchos hilos para que pudieran bordar. Tenían que prepararse. Ya se prepararían los 10 años acostumbrados, ahora serían solo 7 y serían seleccionables para el matrimonio.

Poema 2436

Ya en las habitaciones, Urpi y Chaska se mantuvieron unidas, siempre tomadas de una mano, semejando dos hermanas inseparables.
Llevaron a todas las niñas al lugar, luego les ordenaron que se agruparan en pares y las guiaron a un salon donde habían muchas tarimas dobles, ninguna cercana a una pared o ventana. Fueron desplazándose en silencio en una fila doble hasta que quedaron frente a la indicada 

Se desnudaron, dejando toda su ropa al costado, y luego se pusieron sobre el cuerpo desnudo la manta que estaba sobre la cama. Cada una cargaba sus propias ropas, y así fueron hacia el lugar donde podrían lavarlas. La limpieza y la disciplina eran vitales. Y por supuesto la obediencia total y el silencio absoluto.

Era el templo mayor. Ellas eran las elegidas, las escogidas para un plan mayor. De ellas saldrían las concubinas reales, las esposas de los nobles, la segunda esposa del emperador, las sacerdotisas y la mejor de todas sería entregada en sacrificio a los apus o incluso al mismísimo Inti

domingo, 14 de diciembre de 2025

Poema 2435

No pasó mucho rato desde que dejaron a la joven en el lugar de la nieve, el suelo dejó de temblar, y la columna de humo disminuyó su tamaño.

Inmediatamente un Chaski partió con destino a la capital, debía avisar de inmediato que el gran Apu de Ari Quepay se había tranquilizado, había aceptado las ofrendas. Los chaskis no corrían, volaban, ya que en el Cusco los corazones no dejaban de evaporarse y volar a las nubes, para pedir al gran Inti que los perdone y calme a sus Apus.

Los chaskis llegaron, pero ya la ceremonia estaba en su mejor momento, el Inti iluminaba todo el Valle sagrado, el lugar donde estaban los cadáveres de los sacrificados había sido tapado y la multitud vitoreaba y cantaba a viva voz.

Al entregar su recado, el Inka nuevamente cambió la forma de su canto. Todo se hizo más festivo, más alegre y la chicha salió del palacio real en grandes botijas. Empezó el jolgorio general.

El Apu y el Inti se complacieron con las ofrendas, y el volcán se apagó, o por lo menos dejó de fumar...

Poema 2434

Se enteraron de que un gran inca había sido embalsamado y llevado a descansar por algunos años a una de sus ciudades favoritas. Trasladar la momia real era todo un desafío.

Participaba el ejército, muchos sacerdotes y sacerdotisas. Nadie podía tocar el cuerpo de un inca, salvo que tenga su propia sangre. Por eso deberían de mover toda una comitiva inmensa, con grandes tropas, logística, animales y hacerlo con sumo cuidado.

Es por entonces que un apu, el que coronaba esa ciudad en especial, se despertó y empezó a formar columnas de humo y sacudía la tierra como si un gigante quisiera abrirse paso desde sus entrañas. Las columnas se humo se intensificaron, y los temblores también.

Decidieron dar las ofrendas al gran dios en el cielo, para que este apacigue la ira de uno de sus hijos, este imponente apu que tenía roca y nieve, el objetivo era calmarlo.

Ya habían entregado un gran numero de cuerpos, los niños varones que acompañaban a la caravana fueron drogados, luego el sacerdote torcia su cuello y dejaban de respirar y latir, luego sacaban su corazón y demás entrañas, para después ser devueltos al cuerpo, los embalsamaban y los ponían muy cerca de la cumbre, envueltos en ricas telas multicolores, también dejaban chicha en ese mismo lugar y hojas de coca.

Y ya también habían hecho está ofrenda con un muchacha, que ya había sido aleccionada y preparada. Ella caminó junto a los sacerdotes en la montaña, llegaron hasta el lugar indicado, un golpe seco en la nuca después de que ella había elegido uno de los tantos brebajes y se lo había tomado hasta el final. La envolvieron en mantas luego de hacerle una pequeña e imperceptible lesión en el pecho. No podía sufrir.

Al haber hecho ésto, y dejando todos los cuerpos en su lugar, los niños escondidos y enterrados, pero el de ella en un lugar en la roca, con abundante comida, mantas multicolores y una gran botija de chicha, con abundancia de charki y chuño, y la dejaron ahí...

Poema 2433

Chaska y Urpi también cantaron, sin importarles nada de lo que ocurría. Así como todos alzaron las manos al dios que se liberaba de las nubes, y que, luego de iluminar solo al soberano, iluminó la plaza entera. El inca cantaba, todos con él, y los siervos de la fogata dejaron de avivarla.

El resto de vicuñas siguieron su camino bordeando el lugar donde estaban el sacerdote y el inca. Las niñas caminaron en completo orden al lugar donde les indicó fueran una sacerdotisa de edad avanzada. Antes de llevarlas, esta sacerdotisa miró de frente a Chaska, luego a Urpi. Las examinó y sonrió para sí misma: nada mal, nada mal. Se repetía una y otra vez, mientras las guiaba a un lado de la ciudad.

Llegaron cantando, algunas movían las manos, muchas incluso sonrieron, sabiendo que se acabaron los sacrificios. Pero, aún seguía muy viva la imagen de los corazones que se entregaban como sacrificio, y querían saber la razón de todo lo que pasaba, solo eso, nada más...

Poema 2432

Fué realmente espectacular. Ni bien el corazón de la vicuña entró a la hoguera, se alzó una columna de humo desde ella, casi vertical en dirección al cielo,  alas nubes, a las estrellas. Para esto el cielo estaba muy nublado, las nubes estaban bastante oscuras, y el ambiente en general estaba muy tenebroso, con espíritu de tristeza infinita.

La llama en la hoguera se avivó con violencia cuando el corazón de la vicuña se quemaba, la columna de humo era de un blanco especial, se dirigía en linea recta al cielo que, como por orden divina, separó una pequeña ventana entre las oscuras nubes y, a través de ella, el sol envió un rayo directo que le dió al Inca en la cara, y este aumentó el volumen de su voz y cambió de canción.

La algarabía fue general, los vitores y aplausos, el sacerdote fue el primero en unirse a la canción del inca, luego sonaron los pututos al unisono, los tambores y los mazos golpearon ya sea escudos, ya sea el suelo, toda la multitud empezó a cantar...

Poema 2431

Avanzaban lentamente, a un ritmo único, irremediable, sin detenerse. Les dieron a tomar chicha especial, a las llamas y vicuñas también les daban algo. Todas en la fila iban muy tranquilas, mirando lo que sucedía, incluso Chaska empezó a cantar.

Urpi la imitó. Cantaban como dos pájaros de la montaña, con una voz aguda infantil tan potente que todos las notaron. Incluso les pareció ver que el sacerdote principal dirigió su mirada hacia ellas. La frente en alto, muy serenas y firmes, tampoco lágrimas ni sonrisas, solamente un aspecto muy ceremonial.

Llama tras llama, el ciclo se repetía, ya no tomaron más chicha, les dieron alguna otra cosa más con la coca. Urpi se la sacó de la boca con disimulo, Chaka también. El sacerdote lavaba sus tumis, entregaba el corazón al fuego, que era avivado a todo momento por los siervos en taparrabos. El fuego era tan intenso que el corazón desaparecía sin dejar rastro en poco tiempo.

Hasta que se acabaron todas las llamas. El Inca cantó más fuerte y el sacerdote tomó una vicuña, un golpe seco y esta cayó al costado. De manera magistral, más rápido que cualquier ojo humano, cortó al animal, y sacó su corazón aún latiendo y lo puso con mucho cuidado en el fuego, para entregarlo a los apus.

Urpi y Chaska se miraron por un segundo. Detrás de las vicuñas estaban ellas, eran las primeras, pero no dejaron de cantar...

sábado, 13 de diciembre de 2025

Poema 2430

Era el Inca el que cantaba, subido a una torre ceremonial. Estaba con sus mejores galas, y en su mano llevaba un kero que brillaba, aunque el cielo estaba nublado, incluso había una pequeña garua, y la gente estaba apostada en las murallas, por todos lados. Debajo del lugar donde estaba el inca, había un sacerdote, con varios tumis en una mesa, lavandolos cuando lo vieron por primera vez.

Notaron que había una especie de hoguera, que era alimentada por algunos hombres que solo llevaban taparrabos, y mucha leña a un costado, bajo un cobertizo. El olor a carne cocinada de la hoguera era apenas notorio, pero en la fosa habían varios cuerpos ya.

A Urpi le temblaron las rodillas, cuando reconoció a algunos de los cuerpos, le parecía que era de algunos que cargaban las literas, incluso había algunos que cargaban la comida. Luego se enteró que eran prisioneros que fueron sacrificados, y habrían sido embriagados o drogados, luego se enteró que les daban un golpe fuerte en la cabeza y les sacaban el corazón. El sacerdote sacaba el corazón y lo entregaba a las llamas, y el inca cantaba su plegaria, y se repetía una vez más 

Cuando llegaron vieron como sacrificaban a la primera llama. Un golpe seco, luego una mano diestra le secaba el corazón, que iba a la hoguera y el cuerpo al foso, y luego la plegaria o la canción...

Poema 2429

La ciudad era imponente, con grandes casas, estaba muy adornada, y con muchos techos brillantes. El olor a chicha era abrumador, había humo por todas partes, y los cantos de la población eran fuertes y como pidiendo algo. El silencio total seguía a la voz potente que cantaba en solitario, que venía desde el centro de la plaza mayor, elevado en una especie de pirámide pequeña, potente, armoniosa, dolorosa, majestuosa.

Urpi y Chaska notaron que las llamas iban adelante, eran muchas, probablemente cien. Luego iban las vicuñas, menos de la tercera parte. Las vicuñas eran muy hermosas, delicadas, de un pelaje exquisito, suave, delicado. Eran cuidadas con mucho amor y dedicación, ya que daban la lana que era utilizada solo en forma especial 

Cuando se percataron del destino de la columna, Urpi sintió el apretón de Chaska en su mano, pero ambas mantuvieron el paso firme, sin poderlo entender...

Poema 2428

Cuando amaneció, ya solamente estaba un pequeño contingente de soldados, serios, silenciosos, con cara de cansancio.
Una sacerdotisa las alineó a todas, las revisó, las terminó de arreglar. Quisieron separar a Chaska de Urpi, porque tenían tamaños distintos, pero ambas se agarraron tan fuerte, y con tanta vehemencia, que al final la sacerdotisa dijo que vayan juntas, al inicio de la fila

Hubieron tambores, cánticos y quenas, también pututos y gritos de guerra de los soldados y de todos los demás. Las llamas y algunas vicuñas que iban adelante estaban adornadas con tiras y borlas muy coloridas. Iban en una línea, sin inmutarse, sin quedarse atrás ni apresurarse.

Cruzaron las murallas de la ciudad, las gentes se apretujaban en una hilera infinita, y todos entonaban la canción que se escuchaba desde la lejanía. Era una voz potente, poderosa, que venía de algún lado. Ni Urpi, ni Chaska, osaron mirar en dirección de donde venía esa voz, porque nadie lo hacía, todos guardaban silencio, incluso las llamas y vicuñas hasta que llegaron...

Poema 2427

Y ya casi se habían acostumbrado a ese ritmo cansino y casi se paseo, pasando por ciudades todas desconocidas, similares y diferentes, que pensaban que pasarían años antes de llegar a su destino hasta que, algo pasó.

No entendieron la razón, pero hubo un gran tumulto entre los encargados. Sin previo aviso repartieron chicha especial a todos, y le dieron pequeñas porciones de coca, para masticar. Los más pequeños y débiles, que antes caminaban a un ritmo más ligero y despacio, fueron subidos a litera. Aumentaron las literas y los cargadores.

También aumentaron los soldados, que iban ya no tan lejos del grupo, e incluso acampaban y dormían directamente en los tambos. Los chaskis pasaban a cada rato. Parecía que el mundo se hubiera alocado, que todo iba más rápido. Inclusive, los últimos días caminaban hasta bien entrada la noche. Solo las lluvias los detuvieron, pero incluso cuando estaba garuando siguieron la ruta, no paraban.

Chaska le hizo notar a Urpi que de varios caminos aledaños traían a otras niñas y las entregaban sin ningún protocolo y casi sin detenerse. Solo la miraban y la unían al grupo, si estaba fuerte al de las que podían caminar, sino a las literas, donde comúnmente les hacían dormir.

Primero encontraron una gran muralla. En uno de los tambos, las cambiaron, las arreglaron, las peinaron. Urpi había confeccionado una especie de manta en todo el camino que se la colgaba en los hombros, la había adornado con hilos y algunas cosas que le había dado su mamá, y ese pedazo de madera negra extraña que le entregó Tari, la cosió de una manera especial, para que siempre esté en su pecho. Y se lo puso en los hombros, la madera hacía de botón.

Poema 2426

La caravana avanzaba lentamente, tanto que pasaban noches enteras hasta encontrar algún pueblo, luego las recién llegadas eran recibidas por las demás, siempre deseosas de darles un poco de calma, sobre todo para que dejen de llorar, ya que eso siempre las agobiaba.

Chaska demostró tener un buen apetito, y, poco a poco, el color de su rostro fue cambiando. Los primeros días se antojaba de comer tierra, pero de ésto se percataron las cuidadoras adultas e informaron al jefe del grupo. Le dieron un brebaje especial y la abrigaron un montón, a pesar de sus protestas. Una mañana asustó al grupo al llorar porque había vomitado una sustancia verdosa y con varios gusanos, incluso uno estaba aún en su nariz. La ayudaron, le dieron una bebida de diferentes hierbas, y luego de otro día (le contó a Urpi con mucha vergüenza que en sus heces habían muchos gusanos), sin previo aviso se le abrió un apetito voraz.

Le daban de comer a cada rato, y ella siempre pedía, no solamente papa y oca, quería charki, pescado, y le encantaba comer la caña. Fue desde entonces que el color de su cara empezó a cambiar, y su mirada se hizo más afilada e inquisitiva. Preguntaba todo, aprendía todo, con la venía de las cuidadoras y la alegría de Urpi, que la consideraba como de su responsabilidad.

En las noches frías, cuando estaban en las sierras, Urpi se abrazaba a Chaska, quien no tenía ni un poquito de frío, y no negaba a su amiga algo de su calor. 

Había nacido una amistad que iba a soportar muchas pruebas, y no se iba a quebrar. O si?

viernes, 12 de diciembre de 2025

Poema 2425

Pasaron varios meses, Tari ya había cumplido los 9 años, pero estaban tal alto como su papá, y sus piernas se veían más fuertes que las de él. Había agarrado por costumbre el salir a trotar a la montaña, llegando casi hasta la nieve, llevando siempre un poco de cancha y charki, y una vara de madera fuerte, que le servía para mil cosas.

Demoró mucho tiempo en darse valor para llegar al mismo sitio desde donde vió como la caravana donde se iba Urpi llegó hasta el lugar donde acamparon y donde el puma lo atacó y casi lo mata. Tenía miedo, mucho miedo, y siempre se repetía a si mismo: hoy no, mañana quizá.

Hasta que el día llegó. Con el pretexto de atrapar a un guanaco que había escapado, llegó hasta ese lugar y, para gran sorpresa suya, se percató de que no estaba solo ahí: al lado del guanaco, que se encontraba recostado masticando tranquilamente algo, su abuelo estaba sentado con su poncho que le cubría todo el cuerpo, su mirada fija al horizonte y una especie de sonrisa en los labios y una paz y tranquilidad monumental.

Le hizo un gesto de silencio, y Tari se quedó quieto, no se movió, solo atinó a mirar en la dirección que el abuelo le indicaba. Vió la gran ruta de piedras, el tambo en la cima de una pequeña montaña, el río y el otro rio, más montañas. No, no era eso lo que quería que viera, le hizo notar el abuelo, que tenía una mano puesta sobre el lomo del guanaco que estaba plácidamente recostado a su lado.

Mira de nuevo, le dijo en voz baja...

Para esto, Tari recién se había percatado que su abuelo estaba sentado sobre un pie y el otro estaba flotando en el aire, una posición muy rara e incomoda para su gusto, pero se preocupó más en mirar a dónde el abuelo le indicaba. Dejó de pensar, solo miraba, el viento en la cara, las luces del sol en el rostro, algunas gotas de agua, y cerró los ojos. Entonces lo sintió. Ese olor característico, medio dulzón y con una mezcla de sangre y tierra quemada. Abrió los párpados y sus ojos se encontraron con los del felino que los estaba acechando, aunque el cazador sabía de su desventaja, así que estaba en posición defensiva, listo para huir.

Un cóndor empezó a dar vueltas en derredor, el abuelo alzó una mano, y el puma salió de su escondite y se dirigió lentamente hacia otro lugar, como quien entiende que no era el momento ni el lugar de la cacería. Y se retiró en silencio.

Tari se sentó en el suelo, aspiró profundamente, y se dejó llevar por la magia de las cumbres, el aire helado, el cielo azul, y los olores de la vida que le llegaban con el viento gélido de la puna y que le hacían soñar...

Poema 2424

Pero el día de partir llegó. En el caso de Chaska, a su pueblo solamente llegó un delegado con algunos soldados, la caravana se quedó muy abajo, el clima de la puna es inclemente. 

El papá de Chaska solamente la abrazó, le dijo que se porte bien y nada más. Su mamá lloró muchas noches previas, pero en ese día se mantuvo seria y con una mirada retadora, silenciosa y ceremoniosa. La abrazó, le entregó su lliclla, que amarró a sus hombros con algunas cosas que le serían de utilidad, y le dió una palmada para que partiera.

Chaska caminó bien derechita, sin mirar atrás, no entregó su lliclla a nadie, no permitió que la alzaran en ningún momento y no pidió ni comida ni agua, aunque recibió lo que le daban y comió y bebió cuando todos lo hacían. Estaba segura que la cuidaban, por eso comía y bebia, y había decidido vivir.

Cuando se integraron a la caravana, se dirigieron a varias comarcas, y en todas siempre entregaban a una niña, a veces un niño también. Ella no entendía mucho de todo ésto. Solo en algunos pueblos donde hace mucho calor y la tierra se desarma bajo los pies, los niños lloraban mucho y los tenían que "mandar a dormir". Luego, cuando despertaban y volvían a llorar, los hacían dormir de nuevo. Iban en literas, cargados por hombres muy silenciosos, apartados del grupo principal.

Cuando despertaban hambrientos les daban de comer solo si dejaban de llorar. Y así, conforme avanzaba la caravana, la marcha se hacia muy silenciosa, y nunca se quedaban en ningún pueblo, solamente recogían a la niña o niños, y salían de la comarca para acampar en el camino, cerca a un tambo, en el camino de piedra principal.

Pero en las noches, cuando todos dormían, el llanto de algunos niños le hacía recordar a su choza en la puna, su papa recién hervida, su mamá y sus hermanitos, y la mirada firme aunque desolada de su papá. Y lloraba amargamente, porque sabía que nunca los volvería a ver de nuevo, nunca jamás... 

Poema 2423

A Chaska el frío no le hacía mucha mella, al contrario, parecía sentirse bien cuando Urpi de congelaba y sus dientes castañeaban chocando unos contra otros. En esos momentos la abrazaba y le cantaba las canciones de su mama en su natal terruño, allá en lo alto de la puna, dónde el agua brota directamente de la cumbre helada, en donde solamente crece el ichu y puedes sembrar únicamente algunas papas.

Era la mayor de su casa. Su papá era el jefe de la comarca por elección de los demás, ya que el anterior había muerto peleando contra los ejércitos de los incas que estaban en plena conquista. Fue su papá quien tuvo que arrodillarse frente al conquistador, agachando la cabeza. El Inca hizo que se pusiera de pie, le dijo que eran hermanos, lo abrazó y le dijo que se casaria con su hija mayor o su hermana. Al ver que Chaska apenas era una niña de 6 años, le dijo que estaría bien para ser de las seleccionadas, así que tomó a la hermana de su papá como esposa y se fué, con toda su comitiva.

La guerra había durado mucho tiempo. La comarca se había mudado varias veces, ya no tenían ni llamas ni guanacos, solamente papa. Chaska caminaba a duras penas, comían una papa al día, y eso hizo que se quedara pequeña, delgada y que su cabellera se hiciera rojiza.

Su piel se puso oscura por el sol de la puna, pero sus ojos marrones oscuros parecían de puma o de jaguar, miraba con una profundidad que atemorizaba a los demás. Su mamá se pasó noches enteras llorando cuando se enteró que se la llevarían, ella también, perdió el poco apetito que tenía y había decidido dejarse morir de hambre para no tener que dejar sola a su mamá con sus hermanitos... 

Poema 2422

Tari estuvo en cama con fiebres por varios días y sus noches. Le dolia el cuerpo entero y la piel le ardía de una manera que quería que todo se apague de una buena vez.
Le dieron chicha especial, y por vez primera masticó coca. El dolor disminuía, pero solo eso. Hubieron sesiones con grasa de diferentes animales y otros ungüentos y brebajes que incluso le hicieron vomitar.

Se curó. Su cuerpo tardó unas semanas más en reponerse, pero las heridas le dejaron cicatrices imborrables que le harían recordar toda la vida su imprudencia.

Le tomó algunos meses volver a ser el de antes, aunque se dió un estirón impresionante. Quizá fue la fiebre, o los brebajes, o el haber estado en cama tanto tiempo, o todo junto a la vez; lo que importa es que se hizo más alto que el resto de congéneres. Y su cuerpo volvió a ser vigoroso, y empezó a ejercitarlo, y sus pies se hicieron más ágiles y fuertes que antes.

Casi sin darse cuenta ya estaba de nuevo trotando por la montaña, compitiendo con los perros por atrapar a las llamas y guanacos, y también estaba corriendo hacia el río grande, iba y venía trayendo sobre los hombros bultos un poco mayores a los que llevaban sus congéneres. Se hizo muy útil en todas las labores, su papá y sus tíos le enseñaban las técnicas básicas del combate con la macana y la porra.

Su abuelo le seguía contando historias, mostrándole los nudos de los quipos, que para él eran un verdadero enigma. Y siempre lo miraba sonriente, sabedor de que su nieto se preparaba para algo grande.

Lo intuía, lo sabía, lo esperaba... 

Poema 2421

Al inicio de la travesía, que duró varias lunas, Urpi no se percató del camino, pues solamente tenía cabeza para pensar en su casa, sus hermanos, su mamá y por alguna razón en ese mocoso insolente del cual se resistía a recordar su nombre: Tari
Quién se llamaba así?! No recordaba a nadie en su familia ni en ningún otro lugar con ese nombre tan tonto y más adecuado para una niña.

Luego, se tapaba la cara con sus mantas y se escondía de las estrellas para que nadie descubra estos pensamientos. En su cabeza los dioses de las selvas y las montañas eran tan poderosos que podían poner sus ojos y orejas en las estrellas y espiar a todos los seres de la tierra.

Cerraba los ojos, con la esperanza de que así nadie la vería. A su lado una niña pequeña gemía y sollozaba ahogando su voz. Nadie quería ser escuchada, pero está pequeña parecía una bebé, demasiado frágil y más delgada que todas las demás. A su lado, Urpi se sentía una adulta, porque le llevaba casi una cabeza de altura, y además sabía que, de ser necesario, podría cargarla. Aunque no fue necesario, ella tenía una fortaleza espiritual que compensaba todo. Es cierto, lloraba en silencio, gemía, pero cuando estaba ante otras personas nunca nadie notaría su tristeza.

Chaska, así se llamaba, y llegó a ser la mejor amiga de Urpi.