sábado, 27 de julio de 2024

Poema 121

Érase una vez un Dios bueno
Todopoderoso, dadivoso, amable
Con su creación, con el mundo entero 
Y quizá que el hombre sea libre
Para poder elegir en libertad
Su vida, su camino, su destino

Érase una vez un niño pequeño 
Que creía con fervor 
En ese Dios magnánimo y bueno
Y sólo le pedía que cuide a los otros 
Sobre todo a los que serían sus hijos
Y que, si fuese necesario, recibir en si mismo
Cualquier castigo, lo entendería 
Pues no hay dolor que uno no pueda superar 
Si es por el bien de tus pequeños hijos

Y he aquí, que el castigo fue con los niños
Ese Dios se volvió maligno, insufrible 
Disfrutaba de torturar a los más débiles
Castigar a los inocentes y premiar a los malos
Sobre todo premiaba a aquellos que 
En su honor y nombre hacían más y más daño

Este niño ha muerto, en su lugar queda un anciano
Renegado con la vida, molesto con ese ser
Que decía ser dios, pero es un ser de esos
Que no tiene poderes, o es muy malo
Ahora este anciano molesto debe acompañar 
A sus pequeños en su lugubre y doloroso 
Camino hacia la tumba, no hay más remedio
Tiene que hacerlo, no puede dejarlos
Al mundo vil e inmisericorde no le importamos 
Ni nuestros sentimientos, nuestras lágrimas 
Se divierte mirando como nos arrastramos
Más aún, si vamos gimiendo y llorando

Quedaron en la tierra un anciano enojado
Y un ex Dios maligno, desquiciado 
Y se enfrentaron en una lucha eterna
De venganza, de odios, de afrentas
Y destruyeron todo lo que quedaba
De lo que alguna vez fue un lugar de ensueño 

Fin

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