La poesía ha abandonado mi alma, y ese niño que jugueteaba en mi interior, que soñaba y volaba en libertad, ha caído en un estado de letargo y de somnolencia tal que, solamente con sentir su dulce y tranquilo sueño, solamente al saber que está durmiendo, no me atrevo a despertarlo.
Miro hacia atrás. Hace ya buen tiempo que tengo la mirada puesta hacia atrás. El futuro lo veo sombrío e incierto, y el presente es una carga desagradable que debo llevar, pues no me queda otra opción: solamente cargar mis cadenas, mis alas quebradas, cargar mi costal de penas, y seguir adelante.
Pero puedo mirar hacia atrás. Puedo sonreír con todos aquellos momentos de extrema felicidad que alegraron mi existencia. Y los hay muchos, tantos, que solamente por ellos ha valido la pena todo este camino que podríamos catalogar de duro y difícil, pero por ninguna razón de infernal.
Hoy me siento triste, una vez más. Y mi tristeza tiene mil motivos y mil razones para seguir nutriéndose y creciendo a ritmo fenomenal.
La principal causa es que ya no estás. Nunca imaginé que sería tan dura tu ausencia. Mi preparación científica me dice en todos los idiomas que conozco que es la ley de la vida, que los hijos entierren a sus padres, (Y no al revés), y es cumpliendo esta simple pero universal ley es que tuve que cargar tu ataúd, vestirme de luto, y entregar tus restos a la madre tierra, pues de polvo somos, y en polvo nos convertimos. Así a sido siempre, así ha de ser para toda la eternidad.
Pero, a pesar de que lo entiendo plenamente y con total claridad, en lo más profundo de mi alma, ese niño que duerme y sueña, se coge la cabeza y entre sollozos desgarradores se pregunta: ¡¿Por qué?!
No hay razones que expliquen el dolor que un alma siente. No hay razones que hagan entender al alma que sufre los motivos de ese sufrimiento. Cuando sientes dolor lo sientes, y nada más. Muy a pesar de todos los razonamientos, creencias o imposiciones. Los sentimientos son libres para hacer lo que quieran con nuestro cuerpo y alma, y yo, un pobre barro mal hecho, soy esclavo de todos y cada uno de ellos.
Me hiciste así. Muy observados, analítico y hasta calculador. Pero, sobre todo, me hiciste un sentimental en extremo. Soy tu herencia, soy tu sangre soy tus sueños y anhelos, soy lo que eres ahora y lo que mañana serás.
Pero, aún duele, aún no puedo conciliar el sueño con facilidad. Espero aún oír tu voz, tu eterna canción en los labios, y quiero abrir mis ojos, y ver tu mirada pícara, y escuchar algún comentario tuyo sobre el orgullo paterno que rebasaba tu cuerpo y alma. Las palabras de siempre, y el desmedido orgullo por las pequeñas cosas que haya o no logrado.
Aún duele, papá. Y, aunque se que nunca leerás esto, aunque mi cerebro analítico y científico me dice que es una gran estupidez escribirlo, y plasmarlo en una página de internet, aunque se que ya nada vale, aún a pesar de todo eso, quiero creer que no te has ido del todo, o que volverás, o que, por algún extraño sortilegio, mañana despertaré, y te encontraré de nuevo tarareando tu eterno carnaval, y tus palabras de aliento que nunca te faltaban para nosotros, en especial para mi...